lunes, 8 de abril de 2013


Francisco asumió como obispo de Roma y ratificó su popularidad



En su mensaje dominical ante 80.000 personas, hizo un llamado a los fieles que se alejaron de la Iglesia.
ROMA.- Confirmó que su popularidad y sintonía con la gente se multiplican con el pasar de los días: fue aclamado al mediodía por 80.000 personas al asomarse desde el Palacio Apostólico para la oración del Regina Coeli, y nuevamente a la tarde cuando fue vivado al asumir formalmente como obispo de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán.
En su cuarto domingo en el trono de Pedro, Francisco también volvió a hablar en forma directa al invitar especialmente a quienes se alejaron de Dios a volver a Él.
"Dios no es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es paciente con nosotros, porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar", subrayó el Papa en la homilía que pronunció en San Juan de Letrán.
Allí, en una ceremonia solemne, tomó posesión de la cátedra de obispo de Roma. Esa basílica, en efecto, es considerada la madre de todas las iglesias de Roma y la catedral del obispo de Roma. El palacio adyacente a ésta fue residencia de los papas hasta el siglo XIV.
"Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos", dijo el Papa en su sermón.
A partir del episodio de Tomás que sólo cree si ve y toca y la parábola del hijo pródigo, Francisco una y otra vez insistió en la misericordia y la paciencia de Dios. "Jesús nos muestra esta paciencia misericordiosa de Dios para que recobremos la confianza, la esperanza, siempre", dijo. "La paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida", exhortó.
Demostrando una vez más sus dotes de comunicador, aludió a sus mismas experiencias personales. "Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han repetido: «Padre, tengo muchos pecados». Y la invitación que he hecho siempre es: «No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo»", contó.
Acto seguido, exclamó: "Cuántas propuestas mundanas oímos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más, somos lo más importante que tiene".
"En mi vida personal, vi muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; vi también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: «Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre». Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha recibido, consolado, lavado, amado", siguió.
"Dejémonos envolver por la misericordia de Dios, confiemos en su paciencia, tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia", concluyó.
Al llegar en papamóvil a la Basílica de San Juan de Letrán, Francisco fue vivado por miles de personas que lo esperaban fuera del templo al son de "¡Viva il Papa!" y "¡Fran-ces-co!".
Entre la multitud había muchos argentinos con banderas. Como siempre, saludó y besó a bebes, a un ciego y a todos los que pudo. Descubrió una placa en memoria de Juan Pablo II, nombre con el que bautizó un tramo de la Plaza de San Juan de Letrán. Conmovió y volvió a provocar cataratas de aplausos, por otra parte, cuando ya en el interior de la basílica, saludó, uno por uno, a discapacitados en sillas de ruedas, parapléjicos, chicos con síndrome de Down. A cada uno de ellos les brindó una caricia, una palabra, una bendición, un gesto de cercanía.
Al mediodía, cuando se asomó de la ventana del tercer piso del Palacio Apostólico (el departamento oficial pontificio donde no quiere irse a vivir), Francisco había tenido una primera ovación de las 80.000 personas congregadas en la Plaza, entre las cuales había argentinos y muchos polacos, ya que también se celebraba la fiesta de la Divina Misericordia, querida por Juan Pablo II.
Antes de rezar el Regina Coeli, habló de la paz. "La Iglesia es enviada por Cristo resucitado a transmitir a los hombres la redención de los pecados y así hacer crecer el reino del amor, sembrar la paz en los corazones, para que se afirme también en las relaciones, en las sociedades y en las instituciones", dijo. Llamó, además, a los cristianos a no tener "miedo de ser cristianos y de vivir como cristianos".
Como ya se ha vuelto costumbre, al principio saludó con un normal "¡Buon giorno!" (Buen día) y al final se despidió con un "Buen almuerzo", que despertó aplausos y vivas.
Fiel reflejo de la increíble sintonía que ha creado con la gente, también cuando se asomó al atardecer del balcón central de la Basílica de San Juan de Letrán, algo que ningún papa hacía desde hacía décadas, volvió a ser aclamado. "¡Fran-ces-co! ¡Fran-ces-co!", gritaban los romanos, eufóricos.
"Es uno de nosotros, es maravilloso, es lo que hacía falta, volvemos a creer, a tener esperanza", dijo con lágrimas en los ojos a LA NACION Sonia, una maestra de 35 años que esperó horas para verlo, junto con su marido e hijos.
Mientras estaba en el balcón, el viento hizo que al Papa se le volara el solideo. Como durante la noche del "habemus papam", Francisco arrancó: "Hermanos y hermanas, buenas tardes, gracias por la compañía y les pido una cosa: recen por mí, que lo necesito, no se olviden", pidió, y desató una enésima larga ovación.
También como había hecho la noche de su elección, el 13 de marzo, exhortó a los miles que lo aclamaban a "ir adelante, todos juntos, el pueblo y el obispo, siempre con la alegría de la resurrección de Jesús, que está siempre a nuestro lado".
Atardecía en una jornada primaveral que empezaba a ser fresca. El clima era eléctrico.

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