lunes, 21 de abril de 2014

¡Shhh!… Que nadie se entere que hay inflación en la Argentina

La cordura no depende de las estadísticas. La afirmación, acuñada por ese monstruo premonitorio que fue George Orwell y su obra “1984”, también abre a la polémica, una vez más, sobre el papel del Estado, ese Gran Hermano que todo lo ve.
El nuestro, cuyo ojo desmedido e insomne es la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), ha creado una red de regímenes de información que alimenta sus sistemas de recolección de datos sobre la vida privada y comercial de las personas. Sin embargo, semejante ambición por conocer al detalle qué, quién, cómo, cuándo y dónde de cada uno de nosotros, ha traído un síndrome que hoy parece corroer las entrañas de esa fortaleza cognitiva: hay demasiada información, más de la que se puede procesar. Por esa razón, en las últimas semanas, altos funcionarios de la AFIP enviaron un mensaje a la Casa Rosada: necesitamos actualizar el sistema, algo que la AFIP traduce como actualizar los topes nominales que hacen que una simple operación comercial del más común de los argentinos dispare el envío de información con las trabas burocráticas que eso genera.
Para que se entienda, la economía argentina hoy trabaja con montos nominales fijos, a partir de los cuales se generan acciones derivadas: si una persona cualquiera hoy paga la cuota del colegio de su hijo, y el monto de esa cuota mensual supera los $ 2.000, entonces automáticamente los sistemas de cobro envían la información a la AFIP: “Pedro Giménez, 48 años, paga $ 24.000 de colegio por año, en tal zona, etc”. De la misma naturaleza es la mecánica que opera cuando cualquiera de nosotros hace una compra en el supermercado por más de $ 1.000 en una sola vez y la cajera nos pide nombre y DNI. Como se dijo, hay una treintena de regímenes de información, donde pueden contarse las acreditaciones de más de $ 10.000 en los depósitos en plazo fijo; los consumos de más de $ 1.000 mensuales en tarjetas de débito; la compraventa de títulos valores públicos o privados por más de $ 150.000 anuales; las compras mensuales con tarjeta de crédito por más de $ 3.000 de gasto; las expensas de cuando superen los $ 2.000 mensuales; la medicina prepaga cuando el pago mensual sea más alto de $ 2.000 mensuales; los colegios privados cuando la cuota por alumno sea de $ 2.000; el consumo de servicios públicos cuando sean iguales o superiores a $ 1.000; los alquileres de inmuebles o cocheras, y arrendamientos rurales; los ingresos de fondos radicados en el exterior; las compañías de seguros con todas las comisiones y honorarios que perciben por las operaciones en las que participan; las operaciones inmobiliarias si cualquiera de esos valores resulta igual o superior a $ 600.000; la transferencia de automotores y motos cuando sea igual o superior a $ 30.000.
Es extenso, pero también podrían sumarse otros regímenes como las donaciones a entidades exentas; participaciones societarias y fondos comunes de inversión; fideicomisos; representantes de sujetos del exterior, etc.
Si la inquietud de la AFIP presentada a la Casa Rosada no era nueva –había presentado una inquietud similar hace poco menos de un año– la respuesta del Palacio de Hacienda, parafraseando de nuevo a Wells, sí lo fue: “Nuestro peor enemigo es el sistema nervioso”.
La sorpresa en la AFIP dejó lugar inmediatamente a una certeza: hasta fines de 2015, no habrá cambios en estos aspectos. Trascendió entonces que en el Gabinete siguen acunando la inefable idea de que no tocar los topes nominales de la economía ayuda a preservar la ‘armonía espiritual’ de las familias para que no se alarmen con la inflación, o al menos, que el avance incesante de esos montos de hojarasca numérica, mientras no toquen de lleno los sistemas nerviosos de buena parte de las familias, no pasarán factura de la corrosiva marcha ascendente de los precios.
En la traducción, si intramuros altos funcionarios de la AFIP pensaban que ya era tiempo de subir los topes nominales de la economía para que el tonelaje de información no sature sus túneles informáticos con numerosas capas de pesquisas incalculables, la respuesta dejó en claro que, por ahora, será necesario invertir en mayores equipamientos para brindar alojamiento a las legiones de nombres, cuits, montos y cifras que amenazaban con quedar huérfanos en el ciberespacio.

He aquí el nuevo billete… ¡de 5 pesos!

En este sentido, otro capítulo, de raíz similar, que resultará familiar, también tuvo lugar en los últimos días. A nadie llama la atención que por efecto de la inflación los montos nominales de las transacciones comerciales –no reales– en los que parece sumirse la actividad económica resultan cada vez menos manejables. La cantidad de billetes necesarios para realizar esas operaciones básicas son una clara muestra de ello.
El valor real de un billete de $ 100 es hoy sensiblemente inferior al de hace uno, dos, cinco años: la inflación y el cepo cambiario ubican a nuestro país entre los que cuentan con la moneda más débil del continente junto al bolívar venezolano. Esto hizo que un grupo de banqueros que conducen entidades de primera línea le planteen, también por segunda vez, al titular del Banco Central Juan Carlos Fábrega, la urgente necesidad de modificar la política de impresión de billetes. “Necesitamos billetes de alta denominación real, no sólo de 100 ni el nuevo billete de 50 pesos, ya que los costos son cada vez mayores, nos trae muchos problemas, no entendemos por qué sucede esto”.
La respuesta tardó. Es que Fábrega es un hombre de inteligencia emocional superlativa y sabe que no todo momento es un buen momento. Por ende, debió esperar la ocasión para plantearlo con cuidado en el entorno de la presidenta Cristina Fernández, incluso a espaldas de sus colegas del Palacio de Hacienda. Y cuando finalmente llegó, la respuesta no fue distinta de la que presuponían los hombres de la City: “En la Casa Rosada no quieren, por ahora no habrá cambios en este aspecto”.
No sólo es el avance de los precios; es, a la vez, lo desactualizado de los billetes cuyo exponente de mayor denominación en la economía doméstica es hoy el equivalente a u$s 12. De diciembre de 2007 a marzo de 2014, el billete de $ 100 perdió tres cuartas partes de su capacidad adquisitiva: hoy vale $27. Tanto la cantidad de billetes de $50 como la de $ 100 se duplicaron en los últimos tres años. “Mientras tiempo atrás el billete de $ 100 daba sensación de ahorro, hoy se cambia por una pizza de baja complejidad, nada de palmitos o ananá”, señalan en la City. En rigor, casi 7 de cada 10 billetes que circulan por la economía ya son de $ 100. Entre los banqueros la urgencia se hace presente: dicen que al imprimir cinco billetes de 100 en vez de uno de 500, se produce un despilfarro de los recursos públicos, pero que, sobre todo, se ha complejizado la carga de los cajeros automáticos o el pago de una deuda ordinaria.
Incluso, y vulnerando las barreras freudianas de su superyó, uno de los ejecutivos de una entidad bancaria de capital extranjero se animó a declararse de acuerdo con el diputado socialista Roy Cortina, quien impulsa un proyecto donde propone crear un billete de $200 y otro de $500. Por supuesto, de fondo, siempre se encuentra el mismo motivo: la impresión de billetes más altos significaría el reconocimiento de una inflación por encima de las mediciones.
Pero no sólo la falta de actualización de los topes nominales tiene que ver con regímenes de información de AFIP o billetes del BCRA: como telón de fondo, el mismo problema planta bandera en la tierra de los impuestos: por la inflación, los que ya pagaban Ganancias y Bienes Personales destinan una mayor parte de sus ingresos para cumplir con sus obligaciones tributarias debido a que las escalas nominales de los tributos no se tocan, aunque el salario ajuste. Y además se suman más contribuyentes a las bases de datos de esos impuestos, cuyos mínimos no imponibles están desconectados de las subas de precios y los cambios de tributos internos, “la paradoja de tener que pagar más impuestos aunque los valores reales no cambien”. Lo mismo pasa con los balances de las empresas, ya que el ajuste por inflación de algunas partidas de los balances evitaba mostrar beneficios que en realidad no existen pero sobre los cuales hay que pagar impuestos. Por eso, si existía alguna expectativa de cambio, ya sea en los ‘topes nominales‘ que la AFIP colocó en toda la economía, la nominación de los billetes, los balances e impuestos, por ahora, no habrá novedades: como decía Orwell en su “1984”, la receta seguirá siendo “saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente la verdad mientras algunos se empeñan en elaborar ficciones

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