jueves, 17 de octubre de 2013

En medio del remolino electoral

 

El panorama electoral del 27 de octubre es aún incierto, pero será, pese a ello, decisivo, porque según hacia dónde apunten las cifras, así marchará el país rumbo a 2015.
Y no será incierto por la escasez de datos, sino, al contrario, por su sobreabundancia. Los datos sobran, pero el problema es que se contradicen. De un lado, el oficialismo pierde debido al papelón del candidato a diputado por el Frente para la Victoria Juan Cabandié cuando "chapeó", como se dice ahora, su condición de hijo de una víctima de la represión militar y exigió "un correctivo" contra la funcionaria que había osado tratarlo como a cualquier hijo de vecino. Del otro lado, el oficialismo gana algo gracias a dos factores: la enfermedad de la Presidenta, que afectó a los más sensibles, y su prolongado silencio hospitalario, que alivió a los más irritados. Esto le permitió acortar la distancia que Sergio Massa aún le lleva a Martín Insaurralde. Algunos datos todavía favorecen a Massa. Otros apuntan a algún progreso de Insaurralde. La campaña empezó cuando las encuestas concedían 8 o 10 puntos a Massa. Esta diferencia podría haberse acotado. El 27 de octubre, ¿quién será el ganador? Pero ganar, para Massa, ¿será aumentar la ventaja inicial que tenía sobre Insaurralde o será, simplemente, ganar, cualquiera que sea la diferencia, aunque resulte menor que en los comienzos de la campaña?
Los encuestadores se encuentran como si fueran navegantes atrapados en medio de un remolino. Mientras algunas corrientes los empujan en una dirección, otras corrientes los empujan en dirección contraria. Sus dilemas persisten sólo diez días antes de unas elecciones que todos, de un lado y del otro, consideran cruciales. Estamos en una situación tal que apenas dos o tres puntos de diferencia permitirán sólo a algunos exclamar "ganamos".
Decía Napoleón que en las mochilas de sus soldados se escondía el bastón de un mariscal. Del mismo modo, quizás el día 27 serán unos pocos puntos de diferencia los que les hagan sentirse vencedores a unos y derrotados a otros. En la democracia, son estos pocos puntos los que pueden definir la diferencia entre una victoria y una derrota, a pesar de que en los comicios se expresen millones de votantes. Unos pocos votantes, en suma, sustituirán a una inmensa mayoría. Es la "lógica-ilógica" de la democracia. Millones de voluntades se manifiestan en ella. Pero sólo algunos miles de voluntades, la de los votantes indecisos, oscilantes o marginales, verdaderamente cuentan. El ideal de la democracia es la unanimidad. Pero ella existe solamente en situaciones excepcionales como, por ejemplo, cuando se aprueba la Constitución inicial. En las situaciones "normales", al contrario, cuentan sobre todo las pequeñas diferencias. Las mínimas distancias que ellas marcan, definen la jornada y, quizá, definan la historia.
El domingo 27, dentro de diez días, nos visitará de nuevo la democracia. Quedará distante, de nuevo, la unanimidad. Uno de los inventores de la democracia contemporánea, Juan Jacobo Rousseau, propuso una hipótesis según la cual al día siguiente de los comicios podría recobrarse la unanimidad porque cada votante, al votar, pretendía interpretar la "voluntad general" del pueblo. Al día siguiente de la votación, una lectura de la voluntad general habría ganado y otra habría perdido. La unanimidad podría renacer, entonces, no bien los perdedores reconocieran su "error" por haber votado como votaron. Si no lo hacían, serían traidores a la patria. Esta interpretación jacobina, populista, no era en cambio la de John Locke y el liberalismo político, según el cual no existe la "voluntad general" y todo lo que hay son grupos diversos que ganan o pierden según las circunstancias sin que ninguno de ellos pueda pretender el monopolio de la representación popular porque apenas ganará, en todo caso, hasta las próximas elecciones. Esta interpretación de Locke es la de nuestra Constitución y la de todas las constituciones democráticas. Se gana por un plazo, únicamente hasta el próximo plazo.
Así ocurrirá el domingo 27. El domingo ll de agosto, el kirchnerismo perdió. Si vuelve a perder el 27 de octubre, avanzará la tesis de quienes lo ubican en su ciclo terminal. Otros vientos soplarán de aquí a 2015. ¿Se llamarán los vientos de Scioli, los vientos Massa o los de Macri? Serán en todo caso vientos "republicanos", ya que ninguno de ellos pretende, como pretendió Cristina, el reeleccionismo indefinido.
Es a partir del ocaso de una presidenta que se creía "eterna", por ello, que renacerá la república. Todavía subsiste entre nosotros la pretensión reeleccionista, porque Cristina aún no ha reconocido su derrota ni ha designado un sucesor político. Le costará admitir que a partir de 2015 le llegará, inexorablemente, la hora de la irrelevancia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario