miércoles, 20 de marzo de 2013

Papa Francisco


Según las enseñanzas de la Kabbalah, el Universo funciona de acuerdo a leyes de causa y efecto donde se entrelazan el mundo espiritual (nivel de las causas)  y el físico (nivel de los efectos),  que no podemos eludir y que no solo aplican a remotos e ignotos mundos bíblicos sino que afectan aquí y ahora el día a día de nuestras vidas. Sí, de la tuya también. De la misma forma en que las leyes físicas básicas como la gravedad y el magnetismo existen más allá de que les queramos dar bolilla o no, las leyes espirituales del Universo influyen en nosotros les demos bolilla o no. Y la Kabbalah propone conocerlas, entenderlas y vivir en armonía con ellas, como para que no te vaya a pasar, ponele, ir espiritualmente a contramano por la avenida Libertador a la hora pico.  

    Se supone que el primer hombre que se animó a dejar esta sabiduría por escrito fue un sabio, muy sabio y muy perseguido –cosa que suele ocurrirles a los sabios–,  llamado Shimon Bar Iojai, que pasó años oculto en una cueva en las montañas de Galilea después de haber sido sentenciado a muerte por los romanos,  hará unos 2000 años, mes más, mes menos. Con sus enseñanzas se escribió el Zohar o Libro del esplendor, obra maravillosa, larguísima y complicadísima escrita en arameo que en resumen dedica sus largas y encriptadas páginas a revelar el sentido espiritual oculto en las escrituras del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia que conforman la Torá, parte del Antiguo Testamento), entendiendo a este no como un cuento literal, sino como un código de funcionamiento del Universo. ¿Y cómo se decodifica todo eso a partir de cuentos tales como Adán mordiendo la manzana de Eva o Moisés escalando el monte Sinaí? Básicamente, por numeritos. Sí señor. Lo que técnicamente se llama “Guematria”, a saber: las letras hebreas (idioma en el que está escrita la Torá) tienen valores numéricos, es decir, que cada letra equivale a su vez a un número, lo que da lugar a que cada palabra, frase, capítulo o lo que sea, tiene un valor numérico que es el resultado de la suma de los valores de las letras que los componen.  Y el valor numérico de cada palabra,  permite relacionarla con otras palabras de igual valor, que a su vez dan indicios del sentido oculto de la palabra original. Es decir, las palabras de un valor numérico similar, son consideradas para explicar otras, y esta teoría es extensible a las frases y a diferentes combinaciones de fragmentos, letras, palabras y capítulos.  

    Aclaremos ya, de manera urgente, que esta explicación en poquísimas palabras, es una simplificación salvaje de un sistema mucho más complejo, polémico –como en casi todo lo demás que hay en el mundo, existen líneas diferentes y casi opuestas en cuanto a qué es, cómo se interpreta, para quién y cómo se decodifica todo esto–  y tan difícil, que si la querés estudiar en serio reíte de una maestría en física cuántica. Durante siglos, esta sabiduría fue custodiada celosamente por los círculos más ortodoxos del judaísmo, en el que solo los hombres casados mayores de 40 años tenían permitido acceder, ya que se consideraba que las verdades contenidas en esta sabiduría eran tan absolutas que hasta podían resultar peligrosas para quien no estuviera en condiciones de manejarlas (y, se sabe, un hombre sin una mujer al lado no puede manejar nada). Con el correr de los siglos la sabiduría se fue abriendo hasta llegar a todo el mundo, por supuesto simplificada para su divulgación, pero no por eso con su eficacia reducida. Quien conozca los principios básicos de la Kabbalah y los aplique a su vida descubrirá muy rápidamente que funcionan, y que es creer o reventar – aunque hay quien prefiere reventar, claro–. 

   Pero vamos a lo que nos ocupa, los numeritos: ¿adivinen cuántos años estuvo Rabí Shimon Bar Iojai oculto en la cueva antes de revelar el Zohar? Sí, señores. Trece años. Y en la Kabbalah, no da lo mismo un número que otro. Claro que no. ¿Y saben a qué remite este dichoso numerito  dentro del mundo de la Kabbalah? En principio, a la palabra hebrea “Ejad”: אֶחָד . Esta palabra significa “uno”, y se asocia espiritualmente con la unidad, la completitud, el ser todos uno solo y la unidad absoluta del Creador y la Creación. Pero no es esa la única palabra que suma 13, también lo hace la palabra “ahava” אהבה: amor. Es decir que hay una relación directa entre unidad y amor que es, en definitiva, ser uno con el otro, ser uno con todos, ser uno dentro del Uno absoluto. ¿Y qué más? La decimotercera letra del alfabeto hebreo es la mem מ, letra con la que se escribe la palabra maim (aguas), considerada como la fuente suprema de la sabiduría de la Torá, manantial de benevolencia y misericordia.
Fuente http://www.pisotrece.com.ar/index.php/arte-cultura-x/116-blue-theme















Según las enseñanzas de la Kabbalah, el Universo funciona de acuerdo a leyes de causa y efecto donde se entrelazan el mundo espiritual (nivel de las causas) y el físico (nivel de los efectos), que no podemos eludir y que no solo aplican a remotos e ignotos mundos bíblicos sino que afectan aquí y ahora el día a día de nuestras vidas. Sí, de la tuya también. De la misma forma en que las leyes físicas básicas como la gravedad y el magnetismo existen más allá de que les queramos dar bolilla o no, las leyes espirituales del Universo influyen en nosotros les demos bolilla o no. Y la Kabbalah propone conocerlas, entenderlas y vivir en armonía con ellas, como para que no te vaya a pasar, ponele, ir espiritualmente a contramano por la avenida Libertador a la hora pico.

Se supone que el primer hombre que se animó a dejar esta sabiduría por escrito fue un sabio, muy sabio y muy perseguido –cosa que suele ocurrirles a los sabios–, llamado Shimon Bar Iojai, que pasó años oculto en una cueva en las montañas de Galilea después de haber sido sentenciado a muerte por los romanos, hará unos 2000 años, mes más, mes menos. Con sus enseñanzas se escribió el Zohar o Libro del esplendor, obra maravillosa, larguísima y complicadísima escrita en arameo que en resumen dedica sus largas y encriptadas páginas a revelar el sentido espiritual oculto en las escrituras del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia que conforman la Torá, parte del Antiguo Testamento), entendiendo a este no como un cuento literal, sino como un código de funcionamiento del Universo. ¿Y cómo se decodifica todo eso a partir de cuentos tales como Adán mordiendo la manzana de Eva o Moisés escalando el monte Sinaí? Básicamente, por numeritos. Sí señor. Lo que técnicamente se llama “Guematria”, a saber: las letras hebreas (idioma en el que está escrita la Torá) tienen valores numéricos, es decir, que cada letra equivale a su vez a un número, lo que da lugar a que cada palabra, frase, capítulo o lo que sea, tiene un valor numérico que es el resultado de la suma de los valores de las letras que los componen. Y el valor numérico de cada palabra, permite relacionarla con otras palabras de igual valor, que a su vez dan indicios del sentido oculto de la palabra original. Es decir, las palabras de un valor numérico similar, son consideradas para explicar otras, y esta teoría es extensible a las frases y a diferentes combinaciones de fragmentos, letras, palabras y capítulos.

Aclaremos ya, de manera urgente, que esta explicación en poquísimas palabras, es una simplificación salvaje de un sistema mucho más complejo, polémico –como en casi todo lo demás que hay en el mundo, existen líneas diferentes y casi opuestas en cuanto a qué es, cómo se interpreta, para quién y cómo se decodifica todo esto– y tan difícil, que si la querés estudiar en serio reíte de una maestría en física cuántica. Durante siglos, esta sabiduría fue custodiada celosamente por los círculos más ortodoxos del judaísmo, en el que solo los hombres casados mayores de 40 años tenían permitido acceder, ya que se consideraba que las verdades contenidas en esta sabiduría eran tan absolutas que hasta podían resultar peligrosas para quien no estuviera en condiciones de manejarlas (y, se sabe, un hombre sin una mujer al lado no puede manejar nada). Con el correr de los siglos la sabiduría se fue abriendo hasta llegar a todo el mundo, por supuesto simplificada para su divulgación, pero no por eso con su eficacia reducida. Quien conozca los principios básicos de la Kabbalah y los aplique a su vida descubrirá muy rápidamente que funcionan, y que es creer o reventar – aunque hay quien prefiere reventar, claro–.

Pero vamos a lo que nos ocupa, los numeritos: ¿adivinen cuántos años estuvo Rabí Shimon Bar Iojai oculto en la cueva antes de revelar el Zohar? Sí, señores. Trece años. Y en la Kabbalah, no da lo mismo un número que otro. Claro que no. ¿Y saben a qué remite este dichoso numerito dentro del mundo de la Kabbalah? En principio, a la palabra hebrea “Ejad”: אֶחָד . Esta palabra significa “uno”, y se asocia espiritualmente con la unidad, la completitud, el ser todos uno solo y la unidad absoluta del Creador y la Creación. Pero no es esa la única palabra que suma 13, también lo hace la palabra “ahava” אהבה: amor. Es decir que hay una relación directa entre unidad y amor que es, en definitiva, ser uno con el otro, ser uno con todos, ser uno dentro del Uno absoluto. ¿Y qué más? La decimotercera letra del alfabeto hebreo es la mem מ, letra con la que se escribe la palabra maim (aguas), considerada como la fuente suprema de la sabiduría de la Torá, manantial de benevolencia y misericordia.

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