sábado, 21 de marzo de 2009

Por qué es tan fácil matar a un policía

















Chalecos que no atajan las balas. El 911 que confunde. Los móviles a los que se le sale el volante. Manejan armas de la década del '60.

La Bonaerense, una bomba de tiempo

Stornelli ya no puede contener el malestar generalizado entre los uniformados. Armamento defectuoso, chalecos vencidos y móviles inservibles, sumados a un trabajo inhumano y mal pago hacen de la Fuerza una bomba a punto de estallar.

Cuatro policías muertos en lo que va del año. El último de ellos, un suboficial masacrado por criminales en La Plata, desató una cadena de mensajes de texto entre los miembros de la Fuerza. “El 18, a las 12, todos los familiares de la policía al Ministerio”.

Aunque menos glamorosa que la denominada “marcha de los famosos”, la convocatoria de los hombres de azul tiene la misma finalidad que la de la manifestación que se hará en Plaza de Mayo: decirle “basta a la inseguridad”, pero también a las “nefastas condiciones de trabajo” con las que conviven los uniformados.

Y, pese a que la Cartera comandada por Carlos Stornelli logró frenar la difusión de un acuartelamiento en Olmos, tras el homicidio de Miguel Ángel Martínez, los ánimos están muy caldeados, casi incontrolables. Los “poli” no soportan más, esa es la realidad que, a toda costa, las autoridades provinciales quieren ocultar. Pero, en este caso, poco servirá barrer la basura bajo la alfombra.

De hecho, 24CON puedo saber que el año pasado hubo un intento de acuartelamiento que fue apaciguado por la Ley de Prescindiblilidad por la cual los policías pueden ser dados de baja, sin más trabajo burocrático que un sumario.

Esta es una de las normas que evitan que los policías levanten su voz contra la escasez de presupuestos para móviles desechos, chalecos antibalas inservibles, armamento defectuoso y de mala calidad o el hecho de trabajar 32 horas corridas sin pegar un solo ojo por un sueldo magro.

Para colmo, los oficiales consideran que no cuentan con el apoyo de las autoridades. Y, que cada vez que salen a la calle, se sienten desamparados, “caminando por una cornisa que tiene, a la derecha, la cárcel y, a la izquierda, la muerte”.

“Somos 60 mil hombres armados y no tenemos sindicato, ni nadie que nos represente, es por eso que hacen lo que quieren con nosotros: nos pagan lo que quieren, nos hacen trabajar sin parar y sin dormir. Salimos a la calle sin chaleco porque no tenemos, con armas que tienen tres décadas o de mala calidad.

¿Qué clase de seguridad podemos dar? Sí, dan móviles nuevos, pero ¿qué hacemos con eso? Si, en pocos meses, están destruidos porque no nos dan ni para la nafta, se rompen o no tienen aceite. En ese caso, nos dicen “mangueen al mecánico de la esquina”. No nos dan ni la plata designada para comer, si no le mangueamos a la pizzería, nos quedamos sin comer”, contó indignado un oficial, que prefirió mantenerse en el anonimato por temor a las represalias.

“Pero, además, está la parte humana”. Es impensado, pero los uniformados también necesitan contención ante la muerte. “Cuando muere un compañero a la familia no le dan asistencia psicológica. Eso nos ronda siempre en la cabeza: ¿qué les pasa a los que quedan? Ni hablar de la burocracia para qué esa familia pueda ver aunque sea un poco de plata”. Los heridos en combate, tampoco tienen una red de contención económica. Simplemente, se quedan sin trabajar y, por ende, sin cobrar. ¿Psicológica? “Si vos mataste a dos en un enfrentamiento, al otro día vas a trabajar como si fuera un día más y para nadie es grato terminar con una vida”.





“Vas a laburar y estamos pensando en todos los problemas que tenemos. Ninguno de nosotros está pensando en observar qué está pasando a nuestro alrededor, sino en que ya laburé 32 horas, que mañana tengo el adicional, que mi mujer me llamó porque el nene se enfermó y que lo tengo que llevar al hospital, que hay que comprar medicamentos y no tengo más guita. Estás parado ahí y no estás”. Para colmo, la obra social (IOMA), es “una reverenda mierda”. “Estamos saturados”.

Trabajo “esclavo”

El sueldo básico de un oficial de policía, el peldaño más bajo, es de 342 pesos. El ex ministro de Seguridad, León Arslanián, implementó el decreto 135 (Art. 277-3326) que modificó el modo de pago de los uniformados. Antes, una serie de puntos, como dedicación exclusiva y riesgo laboral, conformaban el sueldo de un agente. Ahora, en su lugar, sólo figura el decreto, totalmente alterable a capricho de la persona a cargo. Son 1800 pesos que perciben como un “plus”, como un beneficio, a parte del básico. Por antigüedad, reciben algo más. Sin embargo, quien tiene 6 años de trabajo en la Fuerza, le corresponden 44 pesos. Con los descuentos, comunes a todas las profesiones, el sueldo mensual de un policía es de 1.600 pesos, algo magro para un padre de familia, pero no fuera de la media.





Ahora bien, con esto, se desprende que un policía del último escalafón, gana menos de 1,50 por hora y 11, 50 por día. Por el decreto, aumenta a 60, 40 por día y casi 8 pesos por hora. Según la ley laboral, las jornadas son de 8 horas, durante seis días con un franco. En la Policía el régimen cambia y los agentes deben cumplir 48 horas semanales, pero en tres días. Es decir, 16 horas seguidas por 32 de descanso.

Hasta aquí todo normal. Pero, resulta que los oficiales deben cumplir con otras obligaciones: las horas cores y los adicionales. Las “cores” es una “compensación de recargo de servicio”, algo así como horas extras que se pagan 6. 85 cada una y tienen un límite de 120 por policía y 3 mil por comisaría. Esto es, traducido al signo monetario, 822 pesos más por mes. Por otro lado, los adicionales (denominados Polad) son 8 horas más de servicio, pero contratado por entidades privadas como pueden ser bancos, hospitales, autopistas o entidades financieras. Son, en promedio, 950 pesos.

En conclusión, un día de trabajo normal para un policía significa ingresar a la comisaría a las 8 de la mañana, hasta las 12 de la noche. Luego, comenzar las 8 horas cores correspondientes y, tras una hora designada por ley, iniciar su servicio adicional que finalizará a las 17. Son 32 horas continuas de trabajo (más 1) sin descanso, para ganar un aproximado de 3.400 pesos. ¿Cuánto descansan? 15 horas. Ni hablar del tiempo que pierden entre los viajes a dependencias (a veces las horas cores no están disponibles su comisaría) y donde prestan servicio adicional, hasta su hogar.

El mes tiene 720 horas y los “vigi” trabajan 464 para tener un sueldo digno y, también, para no perder su fuente laboral, debido a que no pueden negarse al pedido de sus autoridades. “Este horario se cumple si no hay ningún hecho extraordinario. Si el comisario te dice: a las 12 de la noche tenés que venir porque hacemos boliche, lo tenemos que hacer. No hay tu tía. No te podés negar, si lo hacemos, nos expulsan. Estar cansado por haber trabajado 32 horas sin parar no es excusa, tampoco haber terminado el servicio a las 18 y vivir lejos, nos quieren ahí parados. Autoritarismo, por todos los frentes”.

Hay algo más, existe una partida denominada “PRE”, un plus de alimentos, de 150 pesos. Cada vez que se le pregunta a un oficial por el PRE que le corresponde, una carcajada brota de su boca. “Eso no lo tenemos en cuenta, a nosotros, nunca nos baja. ¿Dónde queda? No sé, pero es seguro que alguien se lo queda”, manifiestan con una mirada cómplice.

“Nosotros tenemos que estar alertas, preparados para cualquier emergencia y, en cambio, estamos cansados, sin dormir, pensando que hay que pagarle los útiles a los chicos y no tenemos plata. En ese estado, ¿qué seguridad podemos brindar?”

Los chalecos

Pero eso no es todo. También los ofuscan las condiciones en las que tienen que “salir a la calle”. “Siempre anuncian que nos van a dar nuevos móviles. Ahora Paggi anunció que nos iban a dar 2500 mil móviles, 47 mil chalecos, equipos de comunicaciones nuevos. Todo muy lindo. Yo estuve 7 años en Policía y una sola vez recibí municiones, cuando salí de la escuela. En realidad, lo que es equipo y lo que es armamento, lo terminamos comprando nosotros, el chaleco también”, al igual que el uniforme.

Los chalecos antibalas que utilizan los uniformados una tienen vida útil de 10 años. Hay modelos que no tienen vencimiento pero “no sirven para nada porque parecen una armadura, son rígidos y no te podés mover”. “La mayoría de nosotros compramos, de lo bueno, lo más barato, financiados con 18 cuotas de 150 pesos”. “Cuidamos nuestra vida, por eso no usamos los que nos da la comisaría. A veces, te tiran uno extra large cuando uno es small. Eso no sirve, porque tienen que estar ceñidos al cuerpo, sino es lo mismo que nada. Aparte, tiene que ser algo que nos permita laburar. También nos pasa que nos dan chalecos del 95. No tenemos otra alternativa para cuidar nuestra vida que sacar un préstamo y comprarlo nosotros mismos”.

Sin embargo, por reglamento, la Institución no permite que los policías utilicen chalecos que no fueron designados. “O sea, yo puedo usar mi chaleco, pero sí me pasa algo, no se hacen cargo. ¿Y yo que hice?, cuidar mi vida, nada más”.

El armamento

¿Las armas? “Esto es mi arma”. El uniformado muestra un revólver que parece algo viejo. “Yo tengo suerte porque este es del 83 porque muchos tienen del año 60. Son un fierro, pero son del 60. A los pibes nuevos les han tirado Versa de segunda mano, hecha para Policía, con material reducido. Una porquería, gracias a Dios, yo no la ligué”.

¿Qué tiene de malo que las armas sean de baja calidad y viejas? “Hay agentes que presentan el arma quebrada, rajada para cambiar. Es una locura. Estás en un enfrenamiento y te salta un resorte del revolver, arregláte, problema tuyo. Haces la gran Bush: le tirás con un zapato”.

Los móviles

“Hay una caja chica, pero casi no la usamos. Acá hay una corona y la plata para arreglar los móviles no aparece. Si nos quedamos sin aceite, nos mandan a manguear. Vivimos menguando todo. Andamos con móviles destruidos. Yo he estado en móviles que se le salía el volante y otro que se le salía la palanca. Siempre estamos pidiendo favores, es lamentable. Y acá salí como sea, no importa si el tanque marca rojo, o si le falta líquido de freno. Nos podemos matar por esos detalles y a nadie le importa”.





“El 911 no sirve”

Es motivo de orgullo para la gestión de Daniel Scioli. Sin embargo, en la Fuerza no están muy conformes con el servicio. “El 911 no sirve para nada”. “Se supone que es un sistema de emergencia de seguridad, policial. Pero, ¿qué pasa? Llama Teresita diciendo que no puede bajar al gato del techo, y nosotros tenemos que ir. O que hay una emergencia de sanidad. Está bien, y cuándo haya una emergencia policial, quién va a ir, ¿el médico? ¿Qué hago yo ahí? Si yo no soy paramédico. No, tenemos que ir a ver cómo está la persona. Llegás al lugar y te dicen: “me duele la panza”. ¿Qué hago? Y espere ahí hasta que llegue el móvil blanco (la ambulancia). O sea, no es un sistema que redirecciona a las dependencias correspondientes de emergencia, sea sanidad o bomberos. No, todo se comunica a la Policía. Entonces, nosotros somos policías, bomberos y médicos. Somos todos. Llegas al lugar y te comunicás: “si tengo una femenina con el brazo colgando, ¿qué hago?”. “Evalúe”, me contestan”. Yo soy humano, la meto en el móvil y me la llevo al hospital. ¿Pero qué pasa si se me muere adentro del vehículo? Me van a preguntar por qué la subí y me van a empezar a señalar por haber hecho las cosas mal. Hasta las manos ahí. ¿Qué hago entonces? No hago nada y la persona se muere ahí. ¿Para que me mandan a conflictos en los que yo no puedo hacer nada?

El miedo en la calle

“La situación económica-social y la droga fueron generando una delincuencia muy agresiva. A eso hay que sumarle la facilidad con la que hoy un caco accede a un arma y la falta de códigos. Antes, un malandra mandaba a los pibes a estudiar, hoy no les importa nada. Los pibes salen a la calle y ven a uno que tiene unas buenas zapatillas y las quieren y ellos no la pueden comprar. Entonces, “lo encañan”. Hay muchos casos en que los jóvenes de 30 años ya son abuelos. Son chicos que no tienen valores porque el padre nunca se los enseñó, es una cadena que genera violencia e inseguridad.

-¿Siente miedo al salir a la calle?
No es miedo lo que sentimos, sino inseguridad. Miedo a hacer lo que tenemos que hacer y no contar con un respaldo. Poder ir preso porque están los jueces garantistas. Sentado del otro lado del escritorio se ven las cosas de maravilla, pero cuando a vos te corren las balas de costado, las cosas no se ven de esa manera. El artículo 34 del Código Penal habla de la legítima defensa. Todos los actos que sean por legítima defensa y estén encuadrados en ese artículo, todo bien. Ahora, todo acto de defensa que vos no lo puedas encuadrar en ese artículo, todo mal. Es decir, que, si en este bar entra un delincuente y amenaza a los presentes con un arma, yo no puedo actuar, tengo que esconderme y llamar a refuerzos. Tengo que dejar que apriete el gatillo porque no estaba exponiendo mi vida ni las de terceros, no le estaba poniendo el arma en la cabeza a nadie.
Entonces, no es miedo a la inseguridad de la calle porque, en el fondo, todos tenemos la vocación, porque si es por 1500 pesos no te metés, buscás otra cosa y no algo que no te pagan bien y, encima, ponés en riesgo tu vida. Nuestro miedo tiene que ver con que los que nos tendrían que respaldar no lo hacen, prefieren ponernos en la hoguera y salvarse ellos.

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